En las alturas luminosas de Abancay, es en el distrito de Tamburco, donde la fe se funde con el paisaje y la esperanza florece al ritmo de las estaciones, el pueblo tamburquino guarda con celo y amor a su Patrón: el Señor de la Exaltación. Su imagen, clavada en la memoria de generaciones, se celebra con solemne fervor cada 14 de septiembre, en comunión con la fiesta litúrgica de la Exaltación de la Santa Cruz, signo glorioso del amor redentor de Cristo.

Aunque en muchas regiones del Perú la Cruz se venera con mayor intensidad el 3 de mayo, en Tamburco —al igual que en Illanya y otros santuarios del sur andino— el 14 de septiembre resplandece como día propio, y el pueblo entero se congrega en torno al Crucificado con una mezcla de recogimiento y alegría popular. No importa que la fecha coincida con la resaca espiritual de Cocharcas o con el Día de la Diócesis: el Señor de la Exaltación tiene su lugar sagrado e inamovible en el corazón tamburquino.

La Hermandad que lo acompaña es fuerte en tradición y rica en corazones. Son los hombres y mujeres del pueblo quienes, año tras año, preparan su fiesta, alistan altares, encienden velas y entonan cánticos que hablan de cruz y redención. Ellos saben que Jesús, el Redentor, ha transformado la cruz en trono, y que María, la Corredentora, guía dulcemente a sus hijos hacia Él.

En cada procesión, en cada promesa silenciosa, en cada lágrima derramada ante la cruz, se hace presente el misterio pascual. Tamburco se convierte en santuario vivo, en calvario y en gloria, en tierra que espera la resurrección.

Y así, entre cerros que se inclinan reverentes y fieles que repiten la historia con fe renovada, el Señor de la Exaltación sigue reinando en Tamburco, escuchando las súplicas de su pueblo y bendiciendo, desde lo alto de su cruz, a cada generación que lo honra con amor perseverante.