Tesoro Espiritual de Curahuasi
En el corazón de la Plaza de Armas de Curahuasi se yergue majestuoso el Templo de Santa Catalina, un santuario que no solo es Patrimonio Cultural de la Nación desde 1980, sino también testigo silencioso de más de cuatro siglos de historia, fe y tradición andina.
Imagine caminar hacia esta joya del barroco mestizo y sentir bajo sus pies el mismo suelo que en 1595, cuando Juan Alonso Maldonado de Torres destinó seis topos de tierra para su construcción, dando origen al pueblo y templo que conocemos hoy como Santa Catalina de Curahuasi.
Al contemplar su fachada, uno queda cautivado por la armoniosa combinación de piedra en su base y adobe en la parte superior, elementos que hablan de la sabiduría arquitectónica colonial. Su portada de arco de medio punto invita a traspasar el umbral entre lo terrenal y lo divino, mientras que su torre exenta, que se eleva imponente a 18 metros, vigila protectora el valle desde hace siglos.
Una vez dentro, el tiempo parece detenerse. La única nave del templo acoge al visitante con la calidez de sus retablos en pan de oro, donde las imágenes religiosas cobran vida bajo la tenue luz que se filtra por sus ventanas. El campanario, con sus históricas campanas que datan de 1746 y 1810, ha llamado a oración a generaciones de fieles, marcando el ritmo de la vida comunitaria.
El corazón espiritual del templo late en su altar mayor, dedicado a Santa Catalina de Alejandría, patrona venerada del pueblo. A su alrededor, siete altares laterales honran a San José, San Juan de Dios, la Purísima Concepción, Nuestra Señora del Rosario, Jesús de Nazareno, San Antonio y Nuestra Señora de los Dolores, formando una constelación de devoción que abraza diversas expresiones de la fe católica andina.
Cada 25 de noviembre, el templo se transforma en epicentro de jubilosas celebraciones cuando Curahuasi conmemora su aniversario y fiesta patronal. Las calles se llenan de color, música y fervor mientras la comunidad entera se une en actividades culturales, turísticas, sociales, deportivas y religiosas que mantienen viva la llama de la tradición.
Visitar el Templo de Santa Catalina no es solo admirar un monumento histórico; es conectar con el alma de un pueblo que ha sabido preservar su identidad a través de los siglos, es respirar la espiritualidad que impregna cada piedra, cada imagen, cada rincón de este sagrado recinto que sigue siendo, hasta hoy, refugio de paz y esperanza para todos quienes cruzan sus puertas.
La parroquia está viva: movimientos laicales, catequesis, celebraciones y un espíritu misionero que ha llegado incluso a las zonas altas y comunidades alejadas del distrito.
