Palabras del Pastor

CUANDO LA RUTINA DIARIA TE PERJUDICA

por | 5 May 2025 | Reflexiones | 0 Comentarios

Los del Seminario Mayor aprovechamos el feriado del 28 de abril, día de Apurímac, para cambiar de rutina. Nuestro destino era Lambrama.

Allá, tras un breve saludo al alcalde y al comisario, dejando pronto la vía asfaltada que conduce a Grau, continuamos por la carretera afirmada. Luego de diez minutos, nos desviamos por una trocha angosta sorteada de rocas y maleza, que lleva a la laguna de Llakisway. La carreterita empinada serpentea sutilmente en la montaña.

Sin embargo, nuestro paseo se vio interrumpido. En una curva, un alud de rocas bloqueaba el camino. Con esfuerzo considerable, tuvimos que remover los obstáculos y una enorme piedra plana resultó difícil e incluso traicionera, pues resbaló e hirió a uno de los chicos, felizmente nada grave. Cuarenta minutos después, la vía quedó libre. Pero en la siguiente curva, otro derrumbe mayor nos impedía el paso. ¡Habíamos trabajado en vano!

Acompañados de “Punto”, nuestro joven can, en su primera incursión campestre, tuvimos que continuar a pie la cuesta empinada. El sudor empapaba el cuerpo, los latidos del corazón se aceleraban. Yo forzaba mis pulmones para aspirar el poco oxígeno. En eso, me encontré pensando en Sísifo, un rey de la mitología griega condenado por los dioses a empujar todos los días una pesada roca hasta la cima de una montaña, pero llegando a la cima, el pedrusco rodaba cuesta abajo una y otra vez. Sísifo representa la futilidad del esfuerzo de hacer lo mismo día tras día. Afortunadamente, en nuestro caso, la roca solo requirió una media hora de empujones. ¿Qué sería si tuviera que hacerlo todos los días, durante toda mi vida?

Ya era más de la una del mediodía cuando finalmente alcanzamos la laguna. Tendidos a las orillas de la límpida laguna, compartimos nuestro frugal almuerzo. Luego del descanso, algunos salimos a pescar, lanzando los anzuelos una y mil veces, pero solo cogimos dos truchas. Los demás, invitados por el marco silencioso del ambiente, tomaban fotos de la laguna, de las humildes flores, de las orugas y de la vegetación circundante o simplemente se abstrajeron en contemplar el paisaje idílico, entregando sus mentes a «filosofar».

Alrededor de las cinco de la tarde, regresamos trotando cuesta abajo, mientras una densa niebla nos envolvía en su manto húmedo. Cuando llegamos a donde habíamos dejado la camioneta, un cierto temor nos invadió al notar la ausencia de uno de los muchachos. Felizmente, justo cuando creyendo que se nos había adelantado y nos disponíamos a arrancar, su figura emergió de entre la maleza.

Pero surgió otro problemilla. El perro Punto se negó rotundamente a subir al vehículo. Comprendimos su deseo y durante veinte minutos, le dejamos correr detrás del vehículo. Llegados a la carretera ancha y siendo necesaria más velocidad, solo pudimos persuadirlo dándole un bocado. «Por el pan baila el can», reza el dicho popular, refiriéndose a quienes hacen cosas por interés, especialmente por dinero o algún beneficio. ¡A Punto solo pudimos capturarlo por el estómago!

En Lambrama, nuestra generosa amiga Dirma nos agasajó con una cena suculenta y reparadora. En el siguiente trayecto hacia Abancay, camiones y volquetes mineros corrían a toda velocidad. Si no te orillas bien, son capaces de empujarte al río.

En casa, una vez repuestos del cansancio («makurkis»), vivimos la cadencia de lo cotidiano con los mismos horarios y los mismos rostros. En efecto, nuestro día se inicia con el tañido matutino de la campanilla despertadora a las 5:45 am y culmina con las luces apagadas a las 10:00 pm, una rutina inalterable.

En el Seminario, aun haciendo las mismas cosas en los mismos horarios, nos somos sísifos. Lo que hacemos está provisto de significado y propósitos. De otro modo, nuestra existencia sería tediosa, empujaríamos vanamente la roca de la monotonía diaria.

También es cierto que, la vida, inicialmente, se nos presenta con el matiz de lo absurdo de hacer lo mismo todos los días y durante toda la vida. Sin embargo, esa rutina es perjudicial solo cuando olvidamos el sentido de las cosas. En nuestro caso, entendemos que nuestro día a día está llena de sentido y de trascendencia divina. Sin Dios, solemos dejar de amar y somos seres sin alma e incluso nos sentimos amargados. Cuando nos sabemos cooperadores de Dios para embellecer este mundo, la vida se llena de colores y podemos sonreír fácilmente… Para Albert Camus, el mito de Sísifo nos invita a aceptar el destino y encontrar en él la libertad interior, y es justamente ahí donde nos humanizamos.

El perro Punto estuvo malhumorado por dos días; también él padeció de makurki. Ahora ya repuesto, nos espera en la puerta con cara de que se le invita a salir otra vez.

Tomado de: Qorawiri.com